Halógena

En realidad, las lámparas halógenas son una evolución de las de incandescencia, pero su diseño les permite alcanzar temperaturas más elevadas y dar más luz. Su eficiencia también es parecida, pero como tienen más potencia para dar más luz, también emiten más energía en forma de calor. 

Como la temperatura de funcionamiento es mayor, hay que utilizar un vidrio de cuarzo, que resiste mejor la temperatura que el vidrio corriente, por lo que pueden hacerse más pequeñas (con menor superficie de disipación de calor). 


Al tener el filamento de wolframio contenido en un gas inerte y una pequeña cantidad de un halógeno (normalmente yodo o bromo) el metal evaporado durante el funcionamiento normal de la lámpara a elevadas temperaturas reacciona con los halógenos formando halogenuros de wolframio en estado gaseoso. Así se impide que se deposite el metal evaporado en la superficie interior de la ampolla transparente que aloja el filamento y los gases, lo que supondría una disminución de la transparencia de la ampolla, y por lo tanto una merma de su eficiencia y su durabilidad. 

La reacción de formación de los halogenuros de wolframio es reversible de forma que éstos, al entrar en contacto con las partes más calientes del filamento (las más delgadas, porque han perdido parte del material), depositan el wolframio del halogenuro sobre dicho filamento y liberan de nuevo el halógeno en estado gaseoso, que queda disponible para recombinarse de nuevo, estableciéndose así un proceso cíclico denominado ciclo halógeno. De esta forma, aumenta la vida útil del filamento y se evita el oscurecimiento de la bombilla ya que vuelve a depositar el wolframio sobre el filamento en el interior de la bombilla. Para que el ciclo halógeno tenga lugar, una lámpara halógena debe funcionar a una temperatura de unos 3000 ºC, 500 ºC superior a la de una lámpara de incandescencia de similar potencia y vida útil. Al tener una temperatura de trabajo más elevada da luz más blanca y brillante y tiene mayor eficacia luminosa (20-25 lm/W).